septiembre 11: Beato Buenaventura de Barcelona

El Beato Buenaventura Gran vino al mundo en un pueblito de Cataluña, España el 24 de noviembre de 1620. Sus padres eran campesinos pobres. Lo bautizaron con el nombre de Miguel Bautista, nombre que cambió más adelante en el convento por el de Buenaventura. De natural piadoso, fue creciendo como muchos de sus contemporáneos, entre las labores campestres y el ritmo tranquilo de su pueblo.

Ya joven contrajo matrimonio, pero a los dieciséis meses de estar casado, murió su virtuosa compañera y después de una seria reflexión decide hacerse franciscano. Ya de fraile, el humilde franciscano se entregó con mucho celo al apostolado, convirtiendo con su palabra y ejemplo a muchos soldados calvinistas franceses que por aquel entonces acampaban cerca de su convento.

Los milagros que el Señor hacía a través de este frailecito eran muchos y la gente renovó su amor al Señor y el cumplimiento de sus deberes cristianos. Eso al diablo no le hizo ninguna gracia y molestaba a nuestro beato con todo tipo de tentaciones y terroríficas apariciones.

Una misión tenía el Señor para este hijo de labradores: ser reformador de su Orden. Movido por la voz de Dios, Fray Buenaventura peregrinó hacia Italia para seguir las huellas de su padre San Francisco. En Asís, en el conventillo de San Damián, Dios le indicó que debía ir a Roma y pedir al Papa la fundación de un convento donde se pudiera vivir el ideal de San Francisco con la máxima exigencia.

¿Pero quién iba a ser caso en Roma a este frailecito español? En la Ciudad Eterna no lo atendían y mientras tanto se desempeñaba como portero y limosnero en algunos conventos de su Orden. Cuando parecía que su carta se había perdido en algún lugar, la Providencia suscitó el interés del cardenal Barberini, que consideraba al frailecito un santo y este escribió en su favor y ahora si, la carta de un cardenal si que pesa, el convento fue aprobado y Fray Buenaventura se retiró con quince compañeros a su nuevo hogar.

En los años siguientes instituyó otros retiros y la Orden reunida en su capítulo general de 1664, estableció que cada provincia tuviese los suyos. Estos conventos fueron realmente una fuente de reforma en la vivencia de la espiritualidad franciscana y más adelante darán grandes santos para la Iglesia.