Enero 16: San Bernardo y compañeros Mártires

Bernardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón fueron protomártires franciscanos, compañeros de San Francisco, que murieron martirizados en Marrakech, en la difusión de la fe. Francisco los eligió después de invocar al Señor y permanecer en continua oración, valorando su valor y cualidades para desempeñar este ministerio.

Cuenta la historia que fueron enviados por San Francisco a predicar a los mahometanos y, tras una despedida emotiva de lágrimas y abrazos, y con la bendición emocionada del santo Pobrecillo, que ellos recibieron conmovidos de rodillas, los seis dejaron la Porciúncula y partieron rumbo a España; a pie, descalzos, sin alforja, mendigos peregrinos de Dios.

Era el año de 1219, cruzaron España y Portugal hasta llegar a la Sevilla musulmana, ahí fueron apresados y luego desterrados a Marruecos. Aquí, continuaron predicando la fe cristiana, por lo que fueron detenidos, encarcelados y torturados en Marrakech, hasta que, al no querer abdicar de Cristo, el rey del país los condenó a muerte. Fue ante sus reliquias, que más tarde fueron trasladadas a Coimbra, donde San Antonio decidió ingresar a la Orden Franciscana.

Empapados del espíritu primitivo de San Francisco, estos mártires encarnaron el Evangelio de Cristo, pobre y crucificado de manera ejemplar. Esta generación de frailes, que experimentaron los juicios y valores de la época medieval, vivieron su cristianismo de una manera heroica. En palabras del propio San Francisco: «Ellos son los más heroicos caballeros de mi Tabla Redonda».

Existe un documento muy extenso y publicado por Quaracchi editores, que narra por testimonios de testigos oculares, este momento de confirmación de la fe, heroico en estos frailes; y es considerado, de las mejores versiones medievales. En ella se relata, por ejemplo, cómo algunos de aquellos mártires azuzaban a las fieras para que los despedazaran, por la urgencia que tenían de rubricar su fe con su sangre. Así, entregaron su alma al Señor el 16 de enero de 1220.

Al igual que San Francisco, Santa Clara se enteró del primer martirio de unos Hermanos Menores en Marruecos y, con la firmeza que la distinguía, proyectó e intentó irse a aquellas tierras de los infieles para lograrlo; pero Francisco, más prudente o menos idealista que ella, no se lo consintió, movido también por las lágrimas de las sores de San Damián, que lloraban al verla en esa determinación y temer perderla.

Mas esa fiebre del amor sangriento que no aprobó en «su plantita», la quiso y la animó en los suyos. San Francisco es, entre las Órdenes religiosas, el primer fundador que incluye en su Regla -en sus dos Reglas- un capítulo taxativo sobre las misiones, añadiéndole doce textos evangélicos.

A partir de este pronunciamiento, más tarde, en 1269, 60 Hermanas de Santa Clara del monasterio de Zawichost, morían a manos de los tártaros, en Polonia; en 1268 fueron degolladas colectivamente las moradoras del monasterio de Antioquía de Siria, por orden del sultán Melek Saher Bibars I; en 1289 el sultán Melek-el-Mansur hizo matar a las moradoras del monasterio de Trípoli; y en 1291, al ser tomado San Juan de Acre (Accon o Tolemaida) por las tropas de Melek-el-Asheraf, sufrieron el martirio, nada menos que 74 hijas de Santa Clara; y también las clarisas de España, ya en ese siglo, en 1298, y en los azarosos tiempos posteriores, las del monasterio de Jaén, en número 20, pagaron el tributo de su sangre por la irrupción de las tropas sarracenas (I. Omaechevarría). Este ardimiento misionero femenino continúa hasta hoy, dispuesto a la prueba extrema del amor: dar la vida por Aquel que la dio por nosotros.