Septiembre 26: mártires de Valencia Beato Joaquín de Albocácer

Nacido en Albocácer (Castellón), del matrimonio formado por José Ferrer y Antonia Adell el 23 de abril de 1879, fue bautizado al día siguiente con el nombre de José. Educado en la fe cristiana, al poco de tomar la primera comunión, que según la costumbre del tiempo recibió a los doce años de edad, siguió la llamada de Dios que le impulsaba a ser sacerdote y religioso ingresando en el Seminario Seráfico de Santa María Magdalena de Masamagrell (Valencia).

Vistió el hábito capuchino en el mismo convento, recibiendo el nombre de fray Joaquín de Albocácer, el 1 de enero de 1896, y profesó el 3 de enero del año siguiente. Cursó la filosofía en el convento de Totana, la teología en Orihuela, y de nuevo volvió a la Magdalena para completar los estudios de moral. Emitió la profesión solemne el 6 de enero de 1900, y fue ordenado sacerdote por el obispo de Segorbe el 19 de diciembre de 1903.

Pronto lo destinaron los superiores a las misiones de Colombia. Siendo superior del convento de Bogotá culminó la reconstrucción de la iglesia que desde entonces se dedicó con más intensidad a la adoración perpetua diurna de la Eucaristía, e impulsó la revista “Vida Eucarística”.Siendo superior de la comunidad del Rosario, en Barranquilla, hizo construir la iglesia del Carmen de la misma ciudad. Después de esta primera etapa colombiana regresó a España, donde como superior del convento de Orihuela impulsó la devoción a la Virgen de las Tres Avemarías, cuya Archicofradía fundó en 1925. El mismo año fue destinado nuevamente a Bogotá, esta vez como superior regular, y al término de este servicio fue llamado de nuevo a la provincia, donde se le confió la dirección del Seminario Seráfico de la Magdalena.

Como formador de jóvenes religiosos (fue profesor de teología en Orihuela, vicemaestro de novicios en Ollería, y finalmente director del Seminario Seráfico de la Magdalena) y como superior, destacó por su espíritu franciscano, su amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen, y su devoción a san José. Se conservan las breves notas que tomaba con ocasión de los ejercicios espirituales anuales, y en ellas se pone de manifiesto su interés por su propia vida espiritual, y la responsabilidad con que tomaba los cargos confiados por los superiores.

Siendo director del seminario seráfico sobrevino la persecución de 1936. Marchó con un grupo de seminaristas a Rafelbuñol, donde fue acogido en casa de la familia Piquer. Allí continuó su vida como religioso, escuchando incluso las confesiones de quienes acudían a la casa, y siempre con la confianza puesta en Dios. Los cabecillas de Rafelbuñol urdieron un plan para deshacerse del P. Joaquín sin quedar ellos directamente implicados.

El 30 de agosto, hacia las nueve de la mañana, se presentaron en la casa dos milicianos. Preguntaron por el fraile, que se presentó inmediatamente, y le convencieron para que les acompañase a Albocácer. Sea porque efectivamente comprendió que estaría más seguro entre sus familiares, o porque vio que humanamente ya nada podía hacer, accedió a acompañar a los milicianos, quienes le condujeron hasta la casa de su familiar D. Francisco Sales, en Albocácer. Prepararon una buena comida para los recién llegados, pero el P. Joaquín no pudo tomar nada. Después pagó a los milicianos el combustible y les agradeció sus servicios. Al poco se presentaron otros milicianos preguntando por él. Se despidió de sus familiares diciendo: “Adiós, hasta el cielo”.

A la altura del km. 4,8 de la carretera de Puebla Tornesa a Villafamés fusilaron al P. Joaquín. Los restos del mártir fueron llevados a una fosa común del cementerio de Villafamés, donde esperan la resurrección