SÉPTIMO DÍA: LA COMPASIÓN DEL PRÓJIMO Y EL SIERVO BUENO DE DIOS

SÉPTIMO DÍA
OCTUBRE 1
LA COMPASIÓN DEL PRÓJIMO
Y EL SIERVO BUENO DE DIOS

De la admonición 18 de san Francisco de asís

«Dichoso el hombre que soporta a su prójimo conforme a su fragilidad en aquello en que querría ser soportado por él, si se encontrase en un caso semejante.
»Dichoso el siervo que restituye al Señor Dios todos los bienes, pues el que se reserva alguno para sí, esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios y, lo que creía tener, se le quitará»

En alabanza de Cristo y de su siervo Francisco. Amén

SÍMBOLO: Cartelera un niño cargando a su hermano

REFLEXIÓN:

Dia7En esta 18ª Admonición, pues, no se trata de promocionar un cambio en la vida interna de la fraternidad, ni de hacer una aplicación útil para la vida en común de los hermanos, de suerte que pueda vivirse sin mayores disgustos. Lo que a san Francisco le importa, una vez más, es que logremos una auténtica relación con Dios, una actitud justa hacia Él. A Francisco le interesa grandemente que permanezcamos en el amor de Dios, que Dios pueda gozarse en nosotros y tenernos por amigos, que le agrademos: en esto precisamente consiste la felicidad y bienaventuranza del hombre. «Pero ahora, después que hemos abandonado el mundo, nada tenemos que hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle a Él sólo» (1 R 22,9).

«Dichoso el hombre que soporta a su prójimo conforme a su fragilidad…».

Esta primera frase está ciertamente inspirada en las palabras de san Pablo: «Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros: así cumpliréis la ley de Cristo» (Gál 6,2). «Las cargas de los otros»: con estas palabras quieren expresarse también las molestias del otro, sus deficiencias e insuficiencias. Este soportar o arrimar el hombro es ciertamente lo más difícil en el amor al prójimo, incluso entre hermanos y hermanas.

Aquí se nos da también la razón fundamental por la que debemos comportarnos así: Cristo tomó sobre sí nuestra carga y continúa y continuará siempre soportándonosla; pues, como pecadores, como hombres imperfectos, como discípulos inconstantes, no constituimos para Él una alegría pura. Y a pesar de todo, Él nos soporta y tolera, nos ama hasta el extremo. Ahora comprendemos en toda su profundidad y amplitud las palabras del apóstol san Juan: «Carísimos, si Dios nos ha amado tanto, deber nuestro es amarnos unos a otros» (1 Jn 4,11). Y no podemos olvidar las palabras del Señor en su discurso de despedida: «Igual que mi Padre me amó os he amado yo. Manteneos en ese amor que os tengo… Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Seréis amigos míos si hacéis lo que os mando» (Jn 15,9.12-14). ¿No resuenan como un eco de estas palabras del Señor las que san Francisco, próximo a la muerte, dirige a sus hijos, entre los que estamos comprendidos también nosotros, exigiéndoles que se amen unos a otros, en señal de su recuerdo, bendición y testamento, como él los había amado y los amaba? Es algo extraordinario respecto al amor. Y quien por amor soporta la fragilidad de su prójimo es digno de ser proclamado dichoso.

ACTUAR: Soporta a tu hermano.