¿Qué hacemos los Franciscanos Capuchinos?

Nuestro carisma se basa en la FRATERNIDAD EVANGÉLICA, eso nos exige aprender a vivir junto con los hermanos capuchinos que el Señor nos regala. Nuestro principal apostolado es SER HERMANO.

Si aprendemos a ser hermanos entre nosotros mismos, lo seremos con la creación y con los demás seres humanos; esto nos lleva a proyectarnos con diversas pastorales hacia el pueblo de Dios. En Colombia, los frailes Capuchinos atendemos parroquias, colegios, una universidad, misiones dentro y fuera de Colombia (Guinea Ecuatorial, África) y obras sociales.

¿Dónde estamos a nivel mundial?

Para cerca de 10.500 hermanos que habitan en 103 países diferentes de los cinco continentes (África, Europa, América, Oceanía, Asia), la pertenencia a la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos se realiza ante todo y en primer lugar compartiendo la vida de todos los días en el seno de una fraternidad local.

Nuestra Orden cuenta con más de 1.700 fraternidades locales compuestas por un mínimo de tres hermanos. La composición más frecuente de las fraternidades locales se sitúa entre 5 y 12 miembros. Son raras las que superan la treintena.

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NUESTRA PRESENCIA CAPUCHINA, VIDA DE SERVICIO

(breve recuento de la historia de los Capuchinos de 1.647 a nuestros días)

La fecundidad del Espíritu Santo es esplendorosa. Desde el momento que inundó a los Apóstoles en el primer Pentecostés, desde ese momento la Iglesia estuvo segura de poder cumplir con la misión encomendada por el Señor Jesús.

La historia de la Iglesia es la demostración plástica de cómo el Espíritu Santo la dirige, orienta, enseña, fortalece, la purifica y le proporciona las energías necesarias. Los carismas, presentes en la Iglesia, desde que nació en Pentecostés y que mantiene y enriquece hasta el fin de los tiempos, son la rica variedad de su acción misteriosa y amorosa.

Nuestro Seráfico Padre San Francisco, inició su andadura evangélica, respondiendo a las mociones del Espíritu Santo. La Vida Consagrada tenía más de un milenio de existencia cuando él nació. El estilo lo habían macado las comunidades monásticas, sobre todo, los Benedictinos, pero el mundo estaba cambiando y se necesitaba un remozar en la consagración, justo en ese momento entra en escena la experiencia de los Pobrecillos de Asís. Su nueva forma de vida evangélica, fue aceptada y asumida por la sociedad de ese tiempo, de modo que en poco tiempo, los Hermanos Menores pulularon por el mapa del mundo conocido.

La Orden de Menores nacida en la Iglesia con la anuencia pontificia, y la acogida del Pueblo de Dios, puso su sello en la vivencia cristiana. Aunque la expansión es una bendición de Dios, se deterioró un poco la radicalidad de los menores de los primeros momentos, esto incentivó al Divino Espíritu quien suscitó en los mismos religiosos el deseo de fidelidad al estilo del Seráfico Padre. Ese impulso del Espíritu motivó focos de renovación, entre esos, hicimos presencia nosotros los Capuchinos. Fuimos bien acogidos entre el Pueblo, lo cual fue un argumento convincente para que Su Santidad el Papa, aprobara nuestra vivencia franciscana (3 de julio de 1.528). La acogida popular permitió que pronto estuviéramos en la mayoría de los países europeos. No obstante en el reino español, se puso resistencia a nuestro ingreso en la península ibérica y en los dominios americanos. Pasados unos pocos años por fin se nos dio la autorización. Entramos por el reino de Cataluña y gracias al Arzobispo Virrey, el hoy San Juan de Rivera, se nos facilitó la instalación.

Si bien nuestra Orden de Hermanos Menores Capuchinos fue desde su origen contemplativa y apostólica, faltaba en su espiritualidad la dedicación misionera en el sentido ideado por el Seráfico Padre y entendido en ese tiempo. Los religiosos ubicados en España, la cual se había abierto a la evangelización de los pueblos americanos, sintieron el llamado para ir allende los mares, a las nuevas tierras descubiertas.

Un grupo de capuchinos deciden en el Capítulo provincial, marchar a “misiones”. Animados con tal idea misionera, son informados que hay un barco que ha de zarpar para el golfo de Guinea, situado al occidente africano y sobre el océano Atlántico. Ni cortos ni perezosos se dieron a la mar. Luego de más de dos meses de trayectoria y de numerosas situaciones azarosas, desembarcan en lo que hoy constituye la región comprendida entre Guinea Ecuatorial y la república de Gabón. La dureza del clima, la ausencia de mínimas condiciones humanas y la aspereza de la evangelización: lenguas diversas, costumbres distintas, culturas múltiples, fueron para los aventureros misioneros reto que fueron sobrellevando. Su dedicación dejó la simiente de la fe. Algunos de ellos a consecuencia del paludismo ofrendaron su vida para el éxito de la presencia capuchina. Luego de alguna década, surgieron situaciones políticas, que fueron insalvables. El protagonista de la colonización y de la evangelización en el occidente africano, era el reino portugués, así que no vieron con buenos ojos la presencia de religiosos españoles, y los expulsaron del golfo guineano. El barco en el que subieron, por otras situaciones, decidió en pleno viaje, que no iría a España, sino que navegaría hacia tierras americanas, más concretamente, hacia Cartagena. A los misioneros les vino de perlas esta decisión. Llegados a Cartagena fueron bien recibidos. Pidieron información y se percataron de los posibles sitios para misionar. No obstante sus deseos de partir enseguida, una epidemia azotaba a Cartagena, así que se quedaron unos meses para asistir a los enfermos. Su dedicada entrega, suscitó cariño y confianza en las autoridades y en la gente.

Después de este servicio, fueron encaminados a las inhóspitas tierras del Darién. Allí llegaron después de salvar recias tempestades marinas. Había unas guarniciones militares y algunos pocos colonos. Los misioneros capuchinos se dieron a la tarea de reconocer el territorio encontrándose con comunidades indígena que aguerridamente defendían su tierra y su gente. Lo pasaron mal los frailes. Más de uno murió, otros fueron diezmados por el paludismo. Con poco personal, sin esperanza de refuerzos, y llamados a cuentas por el gobernador de Cartagena, los religiosos regresaron a su primera base: Cartagena. Las autoridades de la Ciudad, les manifestaron que de Sevilla, el ente que tenía que ver con los desplazamientos de españoles y europeos hacia América, les daban la orden de regresar de inmediato a España, pues su presencia en el Nuevo Reino de Granada había sido ilegal. Estando en la Ciudad, llegó un barco de procedencia de la Península, en el que casualmente llegaba un contingente de Capuchinos, enviados por la Provincia capuchina de Valencia, a través del comisariato de Sevilla. El encuentro de los Hermanos fue significativo y luego de mutua información, los avezados misioneros se embarcaron para España y los recién llegados se enrumbaron por la costa colombiana hacia la península de la Guajira y para el hoy Maracaibo y Caracas. Estamos en las postrimerías del siglo XVII.

Un incidente eclesial y evangelizador, motivó y aceleró la acción definitiva de los Capuchinos en Colombia. Los Religiosos dominicos, por x circunstancias dejaban sus prósperas misiones en la Sierra Nevada, sobre la costa Atlántica, lo que hoy es departamento del Magdalena (Chimilas), Bolívar, Atlántico, Córdoba, Sucre, etc.

La oportunidad fue bien aprovechada para una instalación productiva y eficaz. Como a la llegada de los Capuchinos, la Iglesia ya estaba muy bien organizada eclesiástica y jurídicamente, los Obispos orientaron a los Capuchinos hacia lo que son los departamentos Guajira y Cesar. Los nuevos contingentes de capuchinos engrosaron las fuerzas capuchinas. Esta numerosa cantidad de misioneros, les permitió reprogramar su presencia. Continuarían en las dos regiones anteriores, pero penetrarían hacia el interior del Reino de Granada. Así llegaron a Santafé de Bogotá, desde donde se irradiaron a las zonas ampliamente cercanas.

En Bogotá se instalaron en las afueras de la ciudad, como era el estilo normal de los frailes, el Hospicio de San José, que hoy está sobre la carrera 15 y se conoce, aún, como la Capuchina. Los religiosos se mantuvieron celosamente evangelizadores. Ellos continuaron con la Catequesis en las ya famosas “capillas doctrineras” construidas en los alrededores de la ciudad: Sopó, Tenjo, Bojacá, etc. También se enrolaron y organizaron las   “misiones circulares”. Eran salidas misioneras por espacio de semanas y aún meses, regresando siempre a su sede en Bogotá. La élite bogotana los apreciaba mucho. Entre ellos el prócer de la independencia Antonio Nariño, amigo de los frailes y con quienes pasaba veladas de charlas culturales. Cuando él se vio en apuros políticos, confió a los religiosos su famosísima biblioteca. Esta amistad les valió la ojeriza de Bolívar, quien firmó el acta de expulsión (años 1810 en adelante, hasta 1.835).

A causa de estas “salidas misioneras” llegaron a territorio boyacense y santandereano. Se asentaron muy bien, fundando un convento en la ciudad de Socorro, desde donde hacían recorridos catequísticos. Los religiosos eran bien considerados, por ser cultos, porque se defendían bien en la predicación, en la confesión y en otras actividades pastorales. Entre la gente hubo dos grupos, respecto a su consideración: unos confiaban totalmente en ellos por su estilo de vida sencillo, popular y fervoroso. Otro grupo los apreciaban pero no les daban total confianza por ser españoles y porque del gobierno central del Virreinato llegaban órdenes para que los religiosos fueran “espías” de los movimientos insurgentes y revolucionarios, donde poco a poco se cocía la independencia. Los religiosos supieron utilizar estas dos situaciones. Por una parte quedaban bien con el Virrey, pero por otra animaban el movimiento insurgente, acogiendo en su convento a varios personajes del momento. Es posible que en sus correrías apostólicas, pudieran haber llegado hasta lo que hoy conocemos como Catatumbo, área de dominio de la etnia motilón.

Todo esto se desarrollaba entre los siglos XVII, XVIII y XIX. La misión de la Guajira tuvo un desarrollo progresivo y bien sentado. Los religiosos expandieron la fe entre las tribus de la península. Fueron los fundadores de numerosos pueblos. Unos desaparecieron y otros persisten hasta el día de hoy. También la presencia de los religiosos por Santa Marta se vio halagüeñamente florecida. Existió una “Misión Regular” y una Custodia religiosa.

Pero llegó la ya esperada emancipación de España. Los religiosos por ser españoles, tuvieron que salir, escoltados de Socorro. Los condujeron a Bogotá y con los del Hospicio fueron conducidos hacia la Dorada-Honda y por el rio Magdalena, hacia Cartagena y de allí a España. Durante su salida de Bogotá hacia la Dorada, una pésima tergiversación de una orden de Bolívar, el jefe del pelotón que los llevaba fusiló a la mayoría de los religiosos. Solos cinco llegaron a España.

En el Hospicio de San José quedaron cuatro religiosos que por su avanzada edad ni quisieron ni pudieron ser llevados. Ahí permanecieron hasta que murieron, lo cual ocurrió apenas dos o tres años más. Las gentes de alrededor los socorrían y les daban alimento.

Así terminó esta primera gesta capuchina.

Fr. Ricardo Cubillos Camacho, OFM Cap.

Leticia, 25 de febrero de 2012