Peregrinas y extranjeras con todas las criaturas Queridas hermanas, este año la carta encíclica Laudato si’ del papa Francisco nos da la oportunidad de compartir algunas reflexiones sobre «el cuidado de la casa común» confrontándonos con la experiencia de Clara de Asís.

Considero importante releer con vosotras la fuerte llamada del Papa a la ecología cristiana que a todos nos involucra. Clara, lo sabemos, no habla directamente de este tema, pero en su vida y en sus escritos se pueden encontrar algunas huellas que revelan su sensibilidad y que pueden ofrecer algunas provocaciones para vosotras Hermanas Pobres de hoy.
Ser generadas para generar. Clara tiene profundamente arraigada en sí la consciencia de haber sido generada y de recibir continuamente la vida y la nutrición de las manos del Padre de las misericordias, «que da de comer a las aves del cielo y viste a los lirios del campo» (2PrivP 6): se siente hija amada, y reconoce los rasgos de la paternidad de Dios en el rostro de su siervo Francisco.benlliure21

El padre san Francisco es para ella «plantador y cultivador» (TestCl 38) y en ocasiones, definiéndose en referencia a él, Clara elige para sí la imagen de la «plántula», de la «plantita». «Yo, Clara, pequeña planta del santo padre» (TestsC 37) escribe al final de la vida en su Testamento, utilizando esta imagen que expresa la necesidad del cuidado paciente y amoroso, de ser alimentada y apoyada en su fragilidad.
Clara sabe estar necesitada de recibir cuidados y se reconoce plantita, pero también sabe ponerse en relación con el otro como una madre que nutre y cuida: conoce la sabiduría y la paciencia del agricultor en el satisfacer las necesidades de las hermanas. Muchos testigos del Proceso de canonización revelan su capacidad de escuchar y atender a cada una, en la singularidad de cada hermana. Para ella sus hermanas son un don recibido de las manos del Padre (cfr. TestC 25): un bien que hay que cuidar con ternura y fuerza, poniéndose al servicio de la vocación de cada una.
Clara tiene compasión y cuidado en el alma y en el cuerpo de las hermanas (cfr. Pro 8.3): eduquémonos también nosotros en esta «cultura del cuidado» (Laudato si’, 231), a hacer unidad en nuestras vidas, a no contraponer el cuerpo y el espíritu: «Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana» (Laudato si’, 155). Esto puede interpelarlas a vosotras hermanas y a vuestras comunidades: pregúntese cómo es alimentada vuestra vida interior, cómo son cultivadas y alimentadas las relaciones entre las hermanas, cuánto se dejan educar de la sabiduría de la creación, cuánto los gestos simples y cotidianos se convierten para vosotras en parábolas del Evangelio siguiendo el ejemplo de Jesús que para anunciar el Reino partía de la vida concreta: el pan, la semilla, la vid, el grano… (cfr. Laudato si’, 97).
Gratitud y Compartir. Un segundo aspecto enfatizado por las fuentes nos remiten a la relación de Clara con los bienes de la creación. Como pobre «recibía muy alegremente las limosnas más míseras y los trocitos de pan que llevaban los limosneros; y como entristecida a la vista de panes enteros, saltaba de gozo a la vista de los mendrugos», como recuerda Legenda sanctae Clarae (LCl 14). Hay en ella una respuesta de gratitud, aprecio y reconocimiento por lo mucho que le viene donado. Su actitud marcada por la sobriedad muestra claramente la distancia extrema de la mentalidad consumista y la de «la cultura del descarte» (cfr. Laudato Peregrinas y extranjeras con todas las criaturas si’, 16.22.43.123.220) que tanto condiciona nuestra manera de relacionarnos con las personas y con la cosas. Los trozos de pan, descartados de la mesa de los ricos, se convierten para ella en motivo de alegría, permitiéndole gustar más plenamente el sabor de la  pobreza.
Clara sabe recibir el don de un pedazo de pan dado de limosna encontrando en ello la bondad del Donador. No pretende y no ambiciona lo superfluo: le basta lo necesario, se contenta con lo suficiente, consciente de que «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre» (Laudato si’, 50). Clara no explota los bienes de la creación, sino que los acoge como un don, recibiéndolos en función de la vida y en respuesta a sus necesidades, pero sin apropiárselos. Por ello se mantiene abierta a compartir generosamente cuanto ha recibido.

Sor Cecilia cuenta que, del único pan que quedaba en el monasterio, Clara ordena que dividan el pan y que envíen la mitad a los hermanos (cfr. LCl 15), poniendo en acto un compartir inconmensurable al dividir igualmente el pan entre las hermanas – que eran cincuenta – y los hermanos, que verosímilmente eran cuatro (cfr. RCl 12,5-7).

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Clara se abandona confiada en las manos providentes del Padre de las misericordias que no deja faltar la comida a los que confían en él, demostrando que «más vale lo poco del honrado que la enorme riqueza del malvado» (Sal 37,16). Comparte lo que ha recibido, para que pueda servir a todos; sabe recibir pero sin abusar del don, restituyendo con confianza y generosidad en el compartir con los hermanos. Es un estilo que las interroga a vosotras, hermanas, y a nosotros hermanos, con respecto al uso de los bienes y la administramos de los recursos que poseemos; desenmascara nuestra pretensión de privilegios que nos lleva a esperar recibir algo más que los demás; nos desafía en orden de la medida del compartir con nuestros hermanos, la actitud de gratitud o de codicia y acumulación. ¿Una relación sana y adecuada con los bienes de la creación nos remite, en última instancia, a la elección de la minoridad que hemos abrazado, nos estimula a no  acumular, a no apropiarnos, a no desperdiciar, sino aceptar con gratitud y a restituir en el compartir?
Estupor y alabanza por la belleza de la creación. La actitud libre de Clara frente a la creación le permite estar abierta a reconocer en la belleza de las obras la presencia del Creador. Sor Angeluccia declaró que cuando la santísima madre enviaba fuera del monasterio a las hermanas para algún servicio, «les exhortaba a que, cuando viesen los árboles bellos, floridos y frondosos, alabasen a Dios» (Pro 14.9). Las hermanas a quienes Clara se dirige tienen un trabajo que hacer, pero su mirada debe ampliarse al mundo y a lo que el Señor les ha puesto: «prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso» (Laudato si’, 215).
Es un mirar con la atención de quien sabe captar la belleza, la armonía y la vida de las cosas creadas: Clara sabe ver lo bello y lo bueno, antes que la utilidad. Y, siguiendo la enseñanza de Francisco, nos dice que de este “ver” debe surgir el “creer”, que se expresa en el canto de alabanza al Creador. La alabanza de Dios tiene primacía sobre las obras, incluso sobre las buenas, y vuestra vida debe ser un himno de alabanza al Señor por el don de la creación, para mirar cuidadosamente, con respeto, con gratitud (cfr. Laudato si’, 85.233).
El Papa nos recuerda que «si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo» (cfr. Laudato si’, 11). Esto se convierte en provocación, para cada hermana, a cultivar y custodiar una actitud de restitución en la alabanza al Donador por todos sus dones. Y juntamente es una invitación a la comunidad a que tome decisiones de respeto del ambiente, de sobriedad y de poner atención para no despilfarrar, de gestionar las instalaciones sabiamente y con visión de futuro, de valorizar y mejorar los ambientes, de tener cuidado de la belleza y la  armonía de los espacios (cfr. Laudato si’, 147), de establecer «una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza» (Laudato si’, 67).
De la alabanza a la participación de la obra creadora del Señor. Clara tiene la profunda conciencia de ser una criatura, pero también se siente llamada a cooperar en la obra creadora de Dios. El trabajo es para ella una gracia dada por el Señor, y debe estar al servicio de todas: «Las hermanas, a las que el Señor ha dado la gracia de trabajar, después de la hora de tercia trabajen fiel y devotamente en algún trabajo humilde y honesto y de utilidad común» (RCl 7.1). También respecto del trabajo surgirán los mismos rasgos: es servicio para una necesidad común que requiere de cada hermana «fidelidad y devoción»; es un ámbito en el que hay que poner cuidado y atención, en el que hay que sentirse custodios del bien de las hermanas y de los hermanos, para buscar y expresar la belleza como un “signo” del bello rostro de Dios. El trabajo entendido como un medio de apoyo y de posibilidad de servicio, contra toda forma de apropiación o de  búsqueda de reconocimiento, permanece lugar privilegiado para mantener vivo «el espíritu de la santa oración y devoción, al que las demás cosas temporales deben servir» (RCl 7.2), buscando «la maduración y la santificación en la compenetración entre el recogimiento y el trabajo» (Laudato si’, 126).
No es inútil, tal vez, preguntarse sobre la dimensión del trabajo en vuestra vida y en el tejido de la comunidad. Preguntarse si el tiempo del trabajo es una función del servicio a las hermanas y a los hermanos, si es vivido con la convicción de estar participando en la obra creadora de Dios y con la responsabilidad de saberse custodias de los otros y de las criaturas. Son preguntas a las que solo aparentemente se les puede dar una respuesta fácil, pero que en realidad se refieren al campo de la gestión del tiempo, al estilo de la Comunidad, a las distintas posibilidades de cada hermana, a las distintas etapas de la vida.

Queridas hermanas, Clara, siguiendo el ejemplo de Francisco, os entrega un estilo de vida que se puede resumir en pocas palabras: ser «peregrinas y extranjeras en este mundo» (RCl 8.2). El peregrino lleva consigo lo esencial, no desperdicia y no acumula, pero todo lo recibe como un don y todo lo restituye en el agradecimiento.
El extranjero es un huésped, está de paso, no puede apropiarse de nada, ni reclamar derechos y privilegios, sino que todo lo confía a la generosidad de los hombres y a la providencia de Dios. ¡Qué actual es este estilo ecológico de vida cristiana y franciscana! Si en esta dirección hemos hecho pocos progresos, pidámosle al Señor el don de una «conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana» (Laudato si’, 217).
No podemos permanecer indiferentes ante esta urgencia. Tenemos que formarnos, como el Papa nos exhorta, «para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente» (Laudato si’, 214). ¡El futuro de la casa común también depende de la vida de nuestras casas! Por lo tanto, eduquémonos para una ecología de la vida cotidiana que es expresión de una espiritualidad cristiana y franciscana, encomendando a Dios nuestro compromiso de cuidar la vida en todas sus dimensiones.

Os invito, por último, a orar y a suplicarle al Señor por todos aquellos que tienen la responsabilidad de las políticas sociales y económicas sobre el futuro del planeta, para que sea cada vez más amado, vivido y custodiado como nuestra casa común.

 

¡Os deseo una feliz fiesta!

Roma, 15 de julio de 2015

Fiesta de san Buenaventura Doctor de la Iglesia

Fr. Michael Anthony Perry, ofm Ministro general y siervo