Junio 12: Beata Florida Cevoli

El 11 de noviembre de 1685 nace en Pisa, Italia, nuestra hermana Capuchina, la Beata Florida Cévoli recibiendo el nombre de Lucrecia Elena Cévoli. Fue la undécima de los catorce hijos de los condes Curzio Cévoli y Laura della Seta.

 Ya desde niña desarrolló un instinto que la llevaba a evitar todo apego humano.

A la edad de trece años entro como educanda en el monasterio de San Martín, en el que adquirió formación literaria, con dominio de la lengua latina e italiana, sin excluir poesía, además de perfeccionarse en aptitudes femeninas. Llamó la atención de sus educadoras por su profunda piedad, por su espíritu de mortificación y su afán de retiro. Al tiempo de  despedirse de sus educadoras, la vocación de Lucrecia ya estaba decidida. Ella había expresado a su confesor el anhelo de una vida de escondimiento y de austeridad en pobreza total; así fue como eligió el convento de las Capuchinas. En marzo de 1703, llegó respuesta afirmativa de las Capuchinas para recibirla, y comenzaron los preparativos para el viaje de la esposa. Era tradición entonces despedirse de parientes y conocidos en traje nupcial. Llegada a Citta di Castello, esperó la admisión formal, con el voto de la comunidad. La vestición se celebró el 7 de junio, Fiesta de Corpus Christi presidida por el Obispo, quien le impuso el nombre de Sor Florida. Las hermanas la pusieron bajo la dirección de Sor Verónica, quién descubrió que la joven estaba llamada a recorrer el camino de la cruz. Emitió la profesión el 10 de Junio de 1704.

 Debido al ambiente en el que había crecido, le costó a  sor Florida hacerse al modo llano y espontáneo de las Capuchinas, pero no tardó en asimilarlo con alegría. Sor Florida reaccionaba con repudio ante favores o fenómenos extraordinarios que pudieran colocarla a la par con su maestra. Ya de profesa se ejercitó en los oficios más humildes de la comunidad como: cocina, lavandería, enfermería, etc. Desempeño el cargo de portera y de boticaria, transcribió largas secciones del Diario de sor Verónica,  a los 31 años sería Vicaria de la comunidad, y así por varios trienios.

El 21 de Julio de 1727 se celebró capítulo, en el cuál fue elegida abadesa,  sor Florida contaba ya con 42 años de edad, y poseía cuanto se podía desear de madurez humana, de talla espiritual y de dotes morales. Ejerció este oficio por 20 años. En una de las cartas que escribió a las Capuchinas de Siena expresaba: << No tengo de religiosa otra cosa que el habito…Por caridad ayudadme con la oración para que Jesús me conceda comenzar de una vez a ser lo que debo y que no siga sirviendo de obstáculo a esta santa comunidad, sólo por mi profanada…Esta pobre comunidad, ¡Oh como pierde con mi mal gobierno!>>.

Se le veía a Sor Florida siendo hermana entre las hermanas haciendo las faenas conventuales. Ella repetía: Jesús me guarde de dejarme servir. Hubiera querido estar a los pies de todas. Como madre, corregía a las hermanas con gran caridad y humildad, sin embargo fue atenta en la observancia de la Regla y de las Constituciones, especialmente en el cumplimiento a la pobreza, en la cual ella misma se distinguía. Fue austera consigo misma, y en cambio generosa para proveer a las hermanas todo lo necesario especialmente cuando se trataba de la salud.

El Señor la había dotado de gran habilidad para las labores, escribía con soltura e ingenio sus cartas, con una bella caligrafía, se movía holgadamente en varios asuntos aún económicos. Poseyó cualidades literarias, especialmente poéticas. Fue muy afable y suave en el trato más aún por virtud que por temperamento, ya que su natural era enérgico y fuerte.  La humildad es una de las virtudes Evangélicas que más distinguió a sor Florida. Enseñaba a las religiosas a habituarse a la sinceridad en el obrar y a la rectitud en el juzgar.

 En otros aspectos Sor Florida  impulso la prosecución del proceso de canonización de la venerable Verónica, y estuvo al tanto del proceso de fundación de un monasterio de Capuchinas en Mercatello, antes de morir tuvo el consuelo de saber que la obra estaba terminada.

La fama de su santidad se difundió ampliamente, tanto así que, Citta di Castello es deudora a Sor Florida por su mediación de paz en una coyuntura grave de su historia.

Su espiritualidad estaba centrada en el amor. Sor Florida usa en sus cartas un encabezamiento que resume la esencia de su espiritualidad: Jesu Amor Fiat Voluntas tua (Jesús amor, hágase tu voluntad). Jesús es el esposo divino, blanco de su amor, y voluntad de Dios, esa maestra de toda virtud. La pasión de Cristo era su contemplación habitual. Otro centro de su piedad era la Eucaristía por quien suspiraba. Fue devota del Sagrado Corazón de Jesús y tenía una verdadera espiritualidad Mariana. Todas las hermanas fueron testigos de sus ímpetus de amor a Dios, de los incendios en el corazón, y de los arrobamientos.

El 25 de Marzo, fiesta de la Anunciación tuvo un cúmulo de gracias y de experiencias místicas, entre ellas el desposorio místico, la corona de espinas y la herida del corazón. Pidió a Dios cambiara las heridas externas de los favores divinos por llagas de la cabeza a los pies. Así los últimos decenios de su vida se vio invadida de herpes que la mantuvo en un estado digno de compasión. Se habla también de sus previsiones y del don de penetrar el interior de las personas.

 Sor Florida durante su camino espiritual tuvo desolaciones interiores de toda especie y las dolorosas enfermedades. En los primeros años de su vida religiosa hizo uso de disciplinas, cadenas, cilicios, etc. Treinta años fue acosada contra tentaciones contra la virtud de la fe y de la esperanza.

 La gran cruz de Sor Florida fue el herpes, que ella consideraba un don del Señor y soportaba con gozo interior y exterior. Decía:!La voluntad, la voluntad de Dios hasta el día del juicio!

 En los últimos años de su vida la Eucaristía seguía siendo el centro de su vida. Se hacía llevar a visitar al Santísimo y más de una vez la hallaron arrastrándose trabajosamente para ir al corito de la enfermería.

En pleno uso de sus facultades esta hermana y madre tan extraordinaria recibió el Santo Viático y la unción de los enfermos, y el día 12 de junio de 1767 de madrugada, expiró plácidamente, dejando la vida terrena para encontrarse con el esposo que la recibía en el cielo.