Junio 8: Beato Nicolás de Gesturí

Religioso laico capuchino, de absoluta fidelidad. La vida del Beato Nicolás es, tal vez, de lo más simple y lineal. Toda ella, desde su juventud hasta la vejez, es una constante ascensión hacia las cimas de la santidad. Su existencia se desarrolla no ya en situaciones extraordinarias que requieren la continua superación de dificultades particularmente arduas y problemáticas, sino en el constante, fiel y alegre cumplimiento de los más normales deberes diarios de un humilde Hermano capuchino.


No es, por tanto, la suya una santidad que se revela a través de hechos extraordinarios, sino a través de una vida virtuosa que llega al heroísmo en la búsqueda asidua del bien, en la constante fidelidad al propio deber y en el autodominio de sí mismo, en medio de las pequeñas y grandes dificultades de la vida diaria.
Encontrando a Dios en la oración asidua y contemplativa, él lo vaciaba incansablemente en el deseo ardiente de la salvación de las almas. Quienes lo conocieron hablan de él como un hombre de oración profunda y de humilde servicio al prójimo, un auténtico discípulo y seguidor de san Francisco, un ejemplo para el que es llamado a la vida religiosa y un modelo de vida cristiana totalmente inspirado en una fe y amor profundo en Dios y en una exquisita caridad hacia los necesitados, que encontraba en su recorrido diario como limosnero.
Fue precisamente por esto por lo que personas de toda condición descubrieron en él el rostro del Señor y su bondad. El Beato Nicolás es un modelo de capuchino, padre de los pobres, consejero y amigo, un verdadero testigo y bienhechor para toda la Iglesia peregrina.

En Gésturi

Fray Nicolás, en el siglo Juan, hijo de Juan Medda Serra y de Priama Cogoni Zedda, nació en Gésturi (Cagliari – Cerdeña) el 5 de agosto de 1882. En el bautismo, que recibió el día 6 del mismo mes, le fueron impuestos los nombres de Juan, Ángel y Salvador. Muertos sus padres, cuando aún tenía una corta edad, y habiéndose desposado una de sus dos hermanas con un rico propietario del pueblo, el joven Juan dejó voluntariamente la administración de sus bienes en manos de sus hermanos y se puso a trabajar al servicio de su cuñado, que lo apreciaba mucho, no recibiendo a cambio de su trabajo ningún dinero, sino que estaba muy contento por su servicio, con la comida y el hospedaje. Era un trabajo hecho a conciencia, que Juan desempeñaba escrupulosamente y que no le impedía, en modo alguno, poder asistir habitualmente a la Santa Misa cada mañana, antes de marcharse al campo a su habitual trabajo y por la tarde, al regreso de sus tareas, también asistía a la función eucarística en la Parroquia.

Capuchino

Acogiendo la llamada del Señor, Juan Medda, golpeaba un día, en marzo de 1911, la puerta del convento de los capuchinos de Cagliari. El 30 de octubre de 1913, Juan era admitido en la vida religiosa, vistiendo el hábito capuchino, cambiando su viejo nombre por el Fray Nicolás. Todo un símbolo de la vida nueva que a partir de ese momento comenzaba para él. Seguiría el año de noviciado o periodo de prueba y que, tras superarlo felizmente, sería después enviado a formar parte de la familia del convento de Sassari, como cocinero, pasaría luego al convento de Oristano y más tarde al de Sanluri, siempre dentro de la provincia capuchina de Cerdeña, de la que formaba parte.
En el capítulo provincial celebrado en Cagliari el 25 de enero de 1924, Fray Nicolás fue trasladado al convento de Cagliari con el nombramiento de limosnero de la ciudad. A partir de entonces, Cagliari lo vería cada día subir y bajar las desiguales y estrechas calles de Castello y las más anchas de Villanova, atraída cada vez más por el comportamiento humilde y modesto de este hermano que, con el correr de los años, parecía revivir más en sí la vida y los ejemplos de san Ignacio de Láconi. Durante 34 años Fray Nicolás cumplió con su deber de limosnero (no sólo en la ciudad de Cagliari, sino también en los pueblecitos cercanos del Campidano) de verdadero hijo de san Francisco. En él no era la mendicidad la que pedía, la que llamaba, la que importunaba… sino que era la pobreza de Cristo, personificada en él que pasaba… con la cabeza inclinada, los ojos bajos, como si pretendieran guardar un tesoro, porque dos perlas eran realmente sus ojos en los que brillaba toda la simplicidad y pureza de corazón.

Fraile buscado

Obtenía sin pedir, recibía sin demandar.
Se ha observado justamente que él no era un fraile que buscaba sino un fraile buscado.
No eran solo la gente del pueblo, sino también personas de alto nivel social, de uno y otro sexo, quienes corrían tras él para pedirle una oración, un consejo, para tocarle el hábito o el cordón, para dejarle correr por sus manos obligatoriamente ofrendas que él aceptaba dando gracias con aquel agradecimiento típicamente sardo: «Dios le pague la caridad».
Las mamás, apenas lo divisaban venir por la calle, enviaban corriendo a sus pequeños a salir al encuentro o a seguir al Hermanito, para darle la limosna y recibir a cambio una sonrisa o una caricia que era siempre una bendición.

Hermana muerte

Transcurridos 45 años de vida religiosa en la humildad, en la penitencia, en la caridad, en el silencio, en la oración constante; agotado de fuerzas debido a los años, al cansancio y a varias enfermedades, habiendo tenido que sufrir una operación quirúrgica en una clínica de la ciudad; consciente de la gravedad del mal, después de haber recibido todos los auxilios religiosos, rodeado de casi todos sus hermanos en religión que le lloraban, expiraba serenamente en la enfermería provincial del convento de los capuchinos de Cagliari a las 0’15 horas exactas del día 8 de junio de 1958, a los 76 años de edad.
La noticia de la muerte de Fray Nicolás corrió como un rayo por toda la ciudad, que tuvo noticia por los periódicos de la mañana. Desde primeras horas comenzaron a llegar personas de todas las condiciones: todos deseosos de ver y tocar los restos mortales. La afluencia continua de personas, por cuyo bien se temía, obligó a recurrir a la fuerza pública para mantener la disciplina y el orden.
El día 10, el féretro, llevado sobre las espaldas de los religiosos y de los ciudadanos, caminando lentamente bajo una incesante lluvia de flores echadas desde todos los rincones y acompañada por una marea humana, visiblemente conmovida, — unas 60.000 personas — fue sepultado en el cementerio civil de Bonaria.
Sobre su tumba nunca faltaron flores frescas que el afecto, la devoción y el agradecimiento de tantas y tantas personas le ofrecía cada día, transformando la tumba en un aire permanentemente fresco.
Abierto su Proceso de Beatificación y superados todos los trámites eclesiásticos, el Santo Padre, Juan Pablo II, declaró Beato a Fray Nicolás de Gésturi el 3 de octubre de 1999, junto a otros cinco Siervos de Dios.
Juan Pablo II, en su esperada homilía, manifestaba «la alegría de ver elevados a la gloria de los altares a seis fieles trabajadores de la viña del Señor»… (Era ese el Evangelio del Domingo). «En tiempos distintos y con modalidades diferentes, cada uno de ellos ha empleado generosamente su vida en servicio del Evangelio»… Luego dijo refiriéndose al Beato Nicolás: «La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en piedra angular» (Mat. 21, 42). ‘Estas palabras, que Jesús en el Evangelio se aplicaba a sí mismo, se refieren al misterio del anonadamiento y de la humillación del Hijo de Dios, fuente de nuestra salvación. Y el pensamiento se dirige, naturalmente, al Beato Nicolás de Gésturi, capuchino, que ha encarnado de manera singular en su existencia esta misteriosa realidad. Hombre de silencio, expandía en torno a sí un halo de espiritualidad y de fuerte reclamo al absoluto. Llamado por la gente con el afectuoso apelativo de ‘Fray Silencio’, Nicolás de Gésturi se presentaba con un porte que era más elocuente que las propias palabras: liberado de todo lo superfluo buscaba siempre lo esencial, no dejándose distraer por las cosas inútiles y perjudiciales, queriendo ser testimonio de la presencia del Verbo Encarnado junto a todo ser humano’”.
En un mundo con demasiada frecuencia saturado de palabras y pobre de valores, necesitamos hombres y mujeres que, como el beato Nicolás de Gésturi, subrayen la urgencia de recuperar la capacidad del silencio y de la escucha, para que toda la vida sea un ‘cántico’ de alabanza a Dios y de servicio a los hermanos.
“‘Cantaré a mi amado un canto de amor por su viña’ (Is. 5, l) — seguía el Papa –. Mientras contemplamos los prodigios que Dios ha realizado en estos hermanos nuestros, nuestro espíritu se abre a la alabanza y al agradecimiento. Te damos gracias Señor, por el don de estos nuevos Beatos. En sus viñas, totalmente consagradas al servicio de tu Reino, admiramos los copiosos frutos de bondad que tu has realizado en ellos y a través de ellos.
Pueda su ejemplo y su intercesión empujarnos a imitarlos, para que también nosotros, con nuestra fidelidad al evangelio, demos gloria a Aquel que es fuente de todo bien” (Or. Colecta).